Mal dia para buscar

2 de octubre de 2011

Cerebro transaccional

Algunos científicos creen poder afirmar que nuestro cerebro es capaz de adivinar, con un 90% de acierto, lo que va a suceder en un cortísimo espacio de tiempo (dos o tres segundos). Afirman, incluso, que esa predicción no está íntimamente relacionada con nuestra experiencia sino que, al hacer el experimento con pequeñas películas en las que les pasaban cosas a personas ajenas a los objetos de estudio, la predicción, como si fueran clones de Octavio Aceves (el que adivina a veces), mantenía los mismos porcentajes de éxito.

Partiendo de ese estudio la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires ha publicado otro que viene a decir que, dependiendo de la relevancia de la decisión y el tiempo que se tenga para decidir, seguir aquello que te dicte el instinto suele ser la decisión más correcta.

Es cierto que nuestro cerebro, que es esa máquina que sigue generando 8 recuerdos por segundo, tiene mecanismos que nos preocupan y que nos alteran como si sufriésemos de hipermnesia o como si tuviéramos lagunas interesadas en la memoria.

En la teoría de la personalidad propuesta por Eric Berne allá por los años 50 se establecen tres estados básicos del ser humano. En una parte pone al niño con el que todos nacemos, con nuestras necesidades básicas que son prácticamente las mismas que tienes tu o que tengo yo. Ese niño, por culpa de todos aquellos elementos que se mueven en su entorno, va adaptándose y generando mecanismos que le hacen satisfacer esas necesidades de una manera más rápida o más efectiva con respecto a ese entorno protector que todos hemos tenido de niños. Cuando eso se hace para sobrevivir entre la selva de las reglas sociales entonces ponemos en funcionamiento al adulto. Y cuando no hacemos algo o aparece en nuestra conciencia ese intolerante censor que es la rémora de la figura paterna que asimilamos de pequeños, entonces aparece el padre. Y son esas tres partes: niño , adulto y padre, las que tenemos que ir manteniendo equilibradas cada día. Eso lo hacemos con nuestras estrategias, con nuestras máscaras, con nuestras protecciones.

Quizá lo hacemos jugando con los dispositivos que nos pone a disposición nuestro cerebro. Algunas veces jugando con nuestra memoria, otras jugando con el instinto y otras sacando al niño o al padre que llevamos dentro, quien sabe.

El truco está en saber cuando sacar a cada uno y saber responder a las llamadas que suenan en el móvil de las oportunidades.

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