Mal dia para buscar

15 de mayo de 2012

Duda patológica: epidemia del XXI

En una entrevista que publica La Vanguardia a Giorgio Nardone se dan pistas sobre el concepto de Duda Patológica.

Más o menos se refiere a todas esas preguntas que nos hacemos pensando que si nos esforzamos con la suficiente energía encontraremos una respuesta correcta porque, en definitiva, el ser humano está absolutamente convencido que vive en un mundo racional en el que todo lo puede resolver con la suficiente inteligencia.

Duda patológica es preguntarse continuamente si Dios existe, si cerré bien la puerta de casa, la del coche o estar preocupado mucho más por no saber cuando te vas a morir que por el dramático momento de la muerte. En realidad es la preocupación por la preocupación, casi como si fuera ese el objetivo (estar preocupado) que la mera búsqueda de la respuesta a una u otra pregunta.

En su caso extremo, como es lógico, se convierte en un transtorno obsesivo compulsivo muy relacionado con la ansiedad como enfermedad.
La duda patológica es ese pensamiento que te persigue sin poderte deshacer de él. Es el miedo contínuo a que todo vaya a peor, a encontrarte a tu mujer en la cama copulando con furiosa cólera con un atlético muchacho de fibrosa figura, a que te hayan robado el coche por la noche, a que te pillen meneándotela como un mono delante de un video porno que apareció sin avisar o a que ese dolor del pecho sea un cáncer en vez de una mala postura.

La mayoría de las veces esa duda reside en una pregunta incorrecta que nos hacemos, en un planteamiento incorrecto que nos bloquea, en un término que no podemos cambiar, entender o arreglar. Podemos preocuparnos viendo la televisión porque la bolsa ha bajado, porque va a llover o porque han hecho un estudio afirmando que la calidad del esperma ha bajado de una forma considerable. Asumimos, entonces, la negatividad como un problema que nuestra inteligencia debe de resolver, casi como si fuera una obligación, y no encontramos solución mientras nos martillean las preguntas.

Algunos estudios hablan de contagio emocional. Quizá se refieren a influencias recibidas en la educación pero lo que es cierto es que toda esa inseguridad y obligatoriedad hace tiempo que se convirtió en algo habitual en el ser humano contemporáneo.

Nos preguntamos si acaso ella nos quiere o nos desea, aunque sabemos que también, en otro momento y en otro lugar, quiso y deseó a otro. Nos preguntamos si pudiéramos encontrar una sociedad más justa, aunque sabemos que el ser humano tiene un componente egoísta e hipócrita con el que hay que contar. Nos preguntamos si no estamos desperdiciando el tiempo con tanto trabajo y tanta economía, pero nos gusta competir en juegos que sólo existen entre seres humanos del industrializado y laboral siglo XXI. Nos preguntamos sobre la globalidad, pero luego nos hacemos pequeños debajo de las sábanas tapándonos hasta la nariz. Nos preguntamos sobre demasiadas cosas que no tienen respuesta o al menos una respuesta determinante.

Y mientras estamos pensando (y asustados), pasa el tiempo.

Y el truco no está en no pensar, sino llegar a la conclusión que algunas preguntas obsesivas que nos graban a fuego en la cabeza, no tienen respuesta. En definitiva, hay momentos en los que parece que la gran epidemia de este principio de siglo es la duda patológica en la que nos invitan a vivir y en la que muchos nos hemos acomodado durante mucho tiempo para no hacer nada, salvo castigarnos como si la vida fuera excusivamente una canción paranoica con Tom Yorke cantando.

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