Mal dia para buscar

13 de febrero de 2018

La matraca

El otro día me decían, como dato previo para una tertulia sin rigor, que los niños más acosados por internet eran los gays, los gitanos, lesbianas e inmigrantes. Yo pregunté, porque soy muy de preguntar, que dónde estaban los insultos a los gordos o a los que tienen orejas de soplillo. Me respondí yo solo: los gordos no tienen una asociación que les proteja de los miserables. Los de las orejas lo único a lo que pueden recurrir es a los cirujanos plásticos.

Gordos y gordas no tienen  amparo legal. El mundo millenial, ese que se escandaliza de cómo se discrimina a los vasos que no están ni llenos  ni vacíos (pidiendo firmar una  petición para su reivindicación en sede parlamentaria) no ha reparado en los gordos de clase. Sí en las lesbianas, en los inmigrantes, en los gitanos y en todos los que sufren una mala pigmentación de la piel. Tiene que ser muy duro dejarse a un grupo discriminado por hacer agravios comparativos con el hombre blanco sano heterosexual  que es, a ojos de la matraca, culpable de todos los males del mundo y de la matanza de animales.
Además lo que es cierto es que no eres nadie si no perteneces a un grupo de exclusión. Ser normal no es posible. Aquí hasta el más tonto se siente discriminado y tiene alarmas dramáticas que certifican su dolorosa situación en el mundo. Todos somos Emos y no por vestir de negro sino por estar convencidos que todo es una mierda cuando el resto se dedica, casi antes de lavarse los dientes por la mañana, a preparar las formas malévolas y salvajes de intentar depreciar un poco más a la minoría que representamos.

Y si no estamos muy seguros de pertenecer a una minoría sólo tenemos  que encender la radio, poner la televisión o vivir dentro de cualquier tertulia. En los años 80 se hablaba del Sida  y todos acabamos comprando millones de condones que nunca se usaron pero que nos mantenían a buen recaudo de la matraca del momento porque que sea una matraca no quiere decir que no sea verdad pero sí intrusiva. Eso sí, hacíamos chistes de mariquitas. Conozco homosexuales que los contaban con muchísima gracia. Después nos relajamos un poco en eso de los preservativos y comprendimos que lo importante es ser persona independientemente del agujero que te ponga. Dejamos de hacer chistes de mariquitas y empezamos a hacer chistes de Franco y del rey, que son dos figuras tan recurrentes como empezar con aquello tan viejo de "se abre el telón". La juventud, es decir, los que vienen detrás nuestro, follaban a pelo (perdón, sin pelo,  que la depilación es una modernidad muy limpia que creo que responde a la necesidad de tener más espacio para los tatuajes) y no tenían ningún reparo en las diferentes opciones sexuales de cada uno. Eso sí,  se metían con el inmigrante. Pero oye, empezó la matraca del inmigrante y tras un breve periodo de tiempo ya no se señala, afortunadamente a nadie por su color de piel. Pero volvieron los chistes que incorporaban un exceso de pluma. Después no se podía tocar a un menor aunque fuera un enviado del diablo y tuviera mil quinientos boletos para una bofetada. Todos los medios y los actores se movilizaban por su defensa, las ONG, incluída Oxfam, hacían campaña considerando la bondad intrínseca de los niños de la misma forma que antes ningún inmigrante, ningún homosexual o ningún enfermo de Sida podían ser malos en alguna faceta de su vida.  ¿Sabes? Un marica cabrón que robara el dinero del cepillo de misa era impensable de la misma forma que para algunos ser cura y no ser un pederasta era una contradicción. Cuando alguien es defendido por la matraca se le atribuyen capacidades divinas y bondadosas. Mientras tanto los toreros, los banqueros y los que defienden la energía nuclear son los malos. Y los carnívoros sospechosos porque solamente los veganos tienen ganado el cielo de las verduras. No hay cortadores de jamón en la casa de Dios de la misma forma que en los años 70 todos los alemanes eran nazis.

Ahora la matraca insiste, con furiosa cólera, que todos los hombres abusan de las mujeres y las desprecian. Que nos juntamos por las noches como políticos neoliberales alrededor de unas rayas de coca que vienen de los alijos de la Interpol para agrandar la brecha laboral y fundir bombillas en callejones donde colocamos a viciosos para que las violen y las maten. Somos muy malos. Ninguna mujer es una tremenda hija de la gran puta  (o puto). Ninguna puede ser vaga o torpe, sólo lo son, si es que lo son, por culpa del hombre malvado.

Pero ahora el sida, los inmigrantes, la homosexualidad o los niños han dejado de ser interesantes. La matraca establece un estado de opinión que defender y todos los demás, no importan.

Los gordos y los que tienen orejas de soplillo, menos.

Ya han empezado a quitar cuadros de los museos porque salen mujeres desnudas. La maja de Goya es un resquicio de patriarcado machista que explota a la mujer. Catherine Deneuve es un hombre machista porque dice, de soslayo, que quizá hay algo excesivo en todo esto.

Afortunadamente es la matraca que nos toca esta vez. Cuando todo quede asolado surgirá una nueva. Y lo defenderán los  portavoces, las portavozas y todos los voceros. Se olvidarán de lo anterior porque la indignación, como la moda, no tiene memoria  y es cíclica.

Yo sigo comprando condones y se siguen caducando. No me importa con quien te acuestas excepto si te quieres acostar conmigo (y yo no) o con alguien que no quiera verte ahí detrás. No me preocupa el sexo de mi interlocutor excepto si lo pone encima de la mesa. Me da lo mismo si eras blanco,negro, tu religión, tu credo (da igual). Cogeré mi coche.  Meteré primera,segunda, tercera, cuarta, quinta y me iré al centro.
No me gustan las matracas. Me sabe mejor el sentido común por las mañanas. De eso hay muy poco.

2 comentarios:

Alberto Secades dijo...

Sobrevaloras el sentido común.
El que se tiene por las mañanas se quita con jabón y ducha.

pesimistas existenciales dijo...

https://youtu.be/mFsWg9qTRrY