Mal dia para buscar

10 de enero de 2017

Capas.

Estamos hechos de capas. No sólo en invierno, que es cuando nos disfrazamos de cebollas y bajamos a comprar el pan. Estamos hechos de capas, de escudos, de detalles en los que perdernos. Probablemente es el gran recurso humano para procrastinar, para dejar para mañana los propósitos de verdad, esos que escupen algunos como frases de Coelho.

La política y las telenovelas son buenos ejemplos. Las recogidas de firmas en las redes sociales para acabar con el cáncer creyendo que con muchas firmas y muchos "me gusta" se soluciona todo por arte de birlibirloque sin investigar ni trabajar, sin hacer más que click. Las canciones de vacío infinito en las que el cantante se regodea en la pérdida.

Las amarguras de un borracho abandonado en una barra, las tonterias compulsivas e incluso las camas incorrectas. Los gritos de los adolescentes y los dramas que van por whatsapp. Los malentendidos. Las mil veces que se exigen soluciones definitivas a problemas inexistentes. Los síntomas tratados como enfermedades y todos esos viajes que no hicimos por no saber qué habría al llegar o los que hicimos para no quedarnos. Las anécdotas que llenan las tardes. Las canciones de otros, las frases de otros, los problemas de los demás. Capas.

Las discusiones en los muros de facebook. Un portavoz parlamentario dando vueltas alrededor de un micrófono llenando todo de frases que no dicen nada. Una utilización de las palabras "víctima", "democracia" o "libertad" sin coger las llaves de algunos grilletes para abrirlos. No saber si el hijo es de él o del otro mientras el niño llora de hambre. Caminar por el camino de baldosas amarillas aunque el camino vaya en círculos, dejando a un lado la escalada al lugar desde donde mirarnos dentro. Besarla en un portal, secuestrarla en otra ciudad, pasar horas con esa foto que tiene moviéndome el pelo y, después, no tener el valor de explicar cual es la verdad de lo que me genera su ausencia y el pavor de preguntarla donde está porque no quiero saber la respuesta. Hay preguntas que no se hacen precisamente porque no quieres oir lo que lo resuelve, porque no es una capa sino una punzada. Hay miedo a las punzadas y a las puñaladas. Hay cobardía, que es un grado máximo de estupidez. Estrategias de defensa. Muros de protección. Fosos con caimanes. Los puentes levadizos, con el tiempo, oxidan las cadenas que los sustentan. En las ruinas quedan las murallas pero nunca los accesos.

Así que mientras nos entretenemos con las capas, con los detalles, con las cosas nimias, con la preparación del viaje o con todo aquello que sucederá lo que simplemente ocurre es que no sucede nada y pasa otro debate, otro capítulo de la telenovela u otra noche mirando fotografías.

Habrá que buscar otra capa en la que entretenerse, llorando por la ausencia de alguien que nos desnude dejando el trabajo hecho, no sea que un día hagamos algo por nosotros mismos, que es como se deben emprender algunos retos. Cada vez que lo intentamos y sale mal no sale, ponemos otro ladrillo y nos quedamos fuera quejándonos de lo difícil que es entrar.

La buena noticia es que se puede vivir eternamente en espiral y abotargado por los detalles, por las capas y, aún así, parecer una persona íntegra y valiente. 

1 comentario:

Alberto Secades dijo...

Me gusta la idea de la permanencia de las murallas, pero no de los accesos.
Hay una idea similar, en otro nivel, de Lewis Munford: "Nuestra principal razón para sobrestimar la importancia de las máquinas y las herramientas se debe a que las más significativas invenciones de los hombres primitivos (logradas en el ritual, la organización social, el lenguaje y la moral) no dejaron reliquias materiales".

Ambos suponéis la necesidad de ruinas; pero fueron construidas para atender alguna necesidad.

Gritar no es siempre la única (mejor) solución posible.